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Una disertación sobre el amor

Actualizado: 4 abr


¿Cuántas veces te has preguntado qué es el amor?
¿Cuántas veces te has preguntado qué es el amor?

Luego de una ausencia por demás prolongada les traigo pensamientos para debatir, comenten qué les parece, si están de acuerdo o no. El amor posee tantas facetas que todo es posible, no solo en el amor, sino en el significado para cada uno y en cada etapa. ¡Espero que lo disfruten y los haga reflexionar al respecto!


EL AMOR, UN DILEMA CONSTANTE.


Sucede siempre; en el principio, todo es mágico, maravilloso y deliciosamente romántico.

“TE AMARÉ POR SIEMPRE”

“HE ESPERADO POR TI TODA MI VIDA”

“ NO PUEDO VIVIR SIN TI”

“NO IMAGINO MI VIDA SIN TI A MI LADO”,  y montón de expresiones más.

Seguramente te sientes identificado con alguna, sino con todas ellas, ¿verdad?

Pero inevitablemente, según pasan los años, comprendemos, claro que de forma más o menos inconsciente, que el amor no perdura tal cual inició. Las inclemencias del tiempo, como tormentas atmosféricas, moldean nuestro sentir.

O será que simplemente la experiencia nos brinda luz a ese primer deseo ferviente para identificarlo ya no como amor, sino como una simple llama que perdió su fuerza y brillo por falta de combustible.

Aunque creo que lo más triste del amor es cuando sí es verdadero, perdura en el tiempo, pero se torna tan familiar que se convierte en costumbre.

¿Te ha pasado? ¿Conoces a alguien en esa situación?

El dilema es cómo combatimos el acumular de día tras día de una relación amorosa que se transforma desde el fuego inicial a una simple amistad. El fuego se apaga lentamente para dejar cenizas de las cuales la pareja se sigue nutriendo, sin caer en la cuenta que su vida amorosa terminó siendo una relación más fraternal; un poderoso, pero simple, “Amor de hermanos”.

Y es que el problema con el “amor” es su adaptabilidad; es tan versátil que termina por confundirnos. ¿No lo crees? Pues verás querido lector, trataré de traer algo de luz al tema.


Considera que, si lo piensas bien, una persona tiene amor, o siente amor, de diferentes formas y por variadas personas: Amor por nuestros hermanos y hermanas; por nuestros padres, por nuestros hijos e hijas, nuestras amistades, nuestras mascotas, nuestras pasiones, y, por supuesto, por nuestras parejas.

He aquí el “quid de la cuestión”: ¿ Cómo diferenciamos esas clases de amor?, ¿es amor en todos los casos?, ¿es el mismo “tipo” de amor?

Las respuestas son un SI rotundo, pero también un NO categórico, ya que el problema es tan sencillo como complejo.


La primer diferencia está dada por el “qué estaríamos dispuestos a hacer o sacrificar por ese amor” y aquí está el punto más complicado, ya que en nuestra juventud, al inicio de nuestras vidas, nosotros daríamos todo por nuestro primer amor, en otras palabras, por nuestros padres. Sacrificamos felicidad, lágrimas, independencia, gustos, elecciones; todo por nuestros progenitores. Es ese amor hacia nuestros cuidadores lo que permite nuestra educación, para bien o para mal, y los condicionamientos en nuestro comportamiento, junto con el afán de ser la buena hija o el buen hijo para y por ellos. Luego, si tenemos la suerte de tener compañía, viene el amor a los hermanos y hermanas.

Esas personitas iguales a nosotros, que nos apoyan, que son nuestros primeros mejores amigos, a la vez que nuestros peores enemigos, son quienes se transforman en los segundos incondicionales de nuestra vida.


Es así como entramos en una relación hasta “tóxica” con ellos, dado que no importa lo que nos hagan siempre hay que perdonar al hermano, siempre hay que apoyar a la hermana, porque “si no se quieren ustedes se van a quedar solos siempre”. El amor incondicional hacia nuestros padres ya sesgó nuestro comportamiento y alimentó en nosotros el concepto de que el amor es para siempre, sin miramientos, sin protestas, y forma el concepto de “lazo inquebrantable” que, con el tiempo, no se limitará sólo a nuestra sangre, sino que se expandirá hacia amigos, mascotas y parejas.

“El amor es ese lazo invisible que nos ata al otro sin importar nada”, aunque inconscientemente la frase pueda sonar muy romántica es perversa. Porque si lo piensas bien, ¿ qué diferencia al amor de un castigo entonces ?

Yo te diré que la única diferencia entre ambas ataduras es nuestro libre albedrío. Sí, nuestra elección; ya que la del amor la elegimos con gusto, la del castigo la sufrimos con disgusto.

El problema comienza cuando el amor se desvanece. Cuando el amor se desgasta la atadura quema, y del elegido amor al calvario del castigo, hay un solo paso.

Como ves amado lector, ya desde que abrimos los ojos estamos condicionados por un concepto equivocado de “amor incondicional”, ese amor que lo soporta todo, lo puede todo, y logra perdurar a pesar de las inclemencias de la vida. Entonces da lo mismo que nuestro hermano nos empuje y nos haga llorar porque nos ama, nos ama por el solo hecho de ser nuestro hermano y lo debemos perdonar. Da lo mismo si nuestro padre nos da unas nalgadas cuando no lo obedecemos, ya que nos está enseñando cómo comportarnos, como ser educados, que debemos saludar siempre por más que ese extraño no nos guste, que debemos amar a ese tío o abuela molesta porque es “familia” y el amor por la familia es incondicional, no importa si nos hacen sentir feos, gordos, si nos agreden verbal, física o sexualmente, el amor de familia es incondicional, la sangre que nos une lo es todo.

Y aquí es dónde el amor se tergiversa, se confunde con el deber hacia el otro, un deber impuesto y no elegido.


Tardamos años, a veces de terapia ardua, para entender que la familia se elige, no se hereda, y que existen personas malas en todos lados, ya que las personas malas tambien tienen familias.

Pero para llegar a esa comprensión primero atravesaremos por una adolescencia turbulenta, varias amistades peligrosas, varios amores de pareja violentos y un huracán de sentimientos que nos dejan perplejos. Sin embargo, un día llega “esa” persona especial, aquella que nos “salva” de las vicisitudes de la vida, nos comprende porque pasó por lo mismo, y nos complementa.

Nuestra alma gemela pasa a ser nuestro mundo y nos olvidamos de la sangre.

Ya no daríamos la vida por nuestros padres o hermanos, no señor.

Nuestra vida le pertenece a nuestra pareja, aquella persona especial destinada a estar a nuestro lado “hasta el fin de los tiempos”


¿Romántico, no?

Nuestro mundo cambia y, en ese momento, el “amor fraternal” deja de importarnos y sólo tenemos ojos para este “amor romántico y sexual” que nos invade por completo.

Pugna nuestro instinto de preservación de la especie, de reproducirnos, contra la razón y la lógica, contra el romanticismo.

¿ Y quién crees que gana ?


Me atrevería a decir que en los primeros años la biología de las hormonas se lleva el primer puesto, o por lo menos se lo disputa arduamente con la idea romántica del amor.


Por eso nos perdemos en nuestro amor, otra vez “incondicionalmente” y soportamos todo por el otro; hasta lo que no deberíamos soportar. Pero como nuestros padres no nos enseñaron a poner límites, sino que nos aleccionaron para auto infligirnos limitaciones constantes, para soportar hasta la más cruda vejación por el amor, nos quedamos ciegos, sordos y mudos.


Y no reconocemos que aquello no es amor, hasta que es demasiado tarde.


Todos comprendemos los conceptos básicos, que la codependencia no es amor, la posesión no es amor, el depender del otro no es amor, no poder tomar tus propias decisiones no es amor.

Claro que entendemos, no somos idiotas, pero no podemos parar. Así nos programaron. Así lo dicta la sociedad misma.

Y entramos en un espiral de tolerancia y aceptación. A veces por costumbre y muchas otras por miedo.

Miedo a quedarnos solos, a perder la poca estabilidad emocional que sentimos que nos da aquella pareja, o a que nuestros hijos e hijas (cuando los hay) crezcan sin su padre o madre; o lo que es peor, que como padre o madre no podamos ver a nuestros hijos y ellos no nos amen.

Porque, querido lector, cuando llegan los hijos al mundo lo cambian todo.

Y es que el amor a nuestra progenie es nuevamente incondicional, pero sobre todo rompe todos los esquemas que conocíamos hasta ese momento.

No sólo daríamos la vida a por ellos, sino que moveríamos montañas, dejaríamos atrás cualquier otro tipo de amor, sufriríamos infinidad de torturas para que ellos estén bien y asesinaríamos a cualquiera que intente lastimarlos.

Pero tambien cometemos los mismos errores que cometieron con nosotros nuestros padres y comenzamos a condicionar su actuar y su comportamiento, enjaulando muchas veces sus sueños.


Y, con el tiempo, el amor de pareja, esa pareja que nos acompañó, soportando todo por amor, se pierde en un sinfín de situaciones.

Los más adoctrinados soportarán todo por permanecer, obsecuentemente, al lado de su amor.

Sienten que ya su amor pasionario y romántico se diluyó, que su vida sexual mermó, pero siguen en la relación de pareja considerando que el amor es así, que suele tener altibajos.

Otra vez nos gana el miedo al abandono, el miedo a equivocarnos y quedarnos solos.

“Mejor pájaro en mano que cien volando” pensamos, un pensamiento cien por ciento heredado.

Y que dirán los vecinos, que dirá mi familia, o los padres del colegio de mis hijos, o mis pobres hijos que tendrán a sus padres separados.


Y aguantamos, generando un ambiente tóxico para nuestro amor, para el amor de cada integrante de nuestra familia.


¿Por qué nos cuesta tanto soltar? 

¿Por qué nos cuesta tanto decidirnos por nuestro bienestar?

No es simplemente porque nadie nos enseñó a ponernos en primer lugar, no señor.

Aquí existen otros sentimientos que, acumulados, le ganan por mucho al amor: frustración, vergüenza, la sensación de haber perdido, perdido tiempo, esfuerzo, y que todo el mundo nos vea como perdedores en el amor, en la vida.

Volver a empezar, aunque sea por nuestra propia felicidad, demanda un esfuerzo aterrador y muchos no estamos dispuestos a enfrentar. Pero, sin embargo, lo más difícil de todo es reconocer si realmente ese amor se terminó o no.

Esto pasa principalmente en parejas cuasi perfectas, donde la amistad se forjó al mismo tiempo que la relación romántica y cuando, generalmente, uno de los dos ya no siente esa atracción sexual hacia el otro.

Normalmente esa persona no logra que la otra comprenda esto. La mayoría de las veces ni ella misma comprende por qué le sucede eso, dónde se le perdió el amor pasional.

Solo siente un amor distinto por su pareja, un amor “fraternal”, de “hermanos”, de una amistad muy profunda.

Entonces el miedo se apodera, miedo porque ese no sentir sea pasajero, miedo por arruinar la pareja y la amistad por no “intentar esforzarse”.

El tiempo pasa y lo que logramos con dilatar una decisión de separación es desgastarnos más a nosotros mismos y al otro.

Pero que sucede con el otro. Porque creo que el peor de los escenarios se da cuando el otro sí quiere continuar con la relación.


Normalmente es en esta situación que la persona que quiere permanecer recurre a la culpa, al “no puedo vivir sin ti”, “me vas a matar si me dejas”, “la vida no tiene sentido si tú te vas”, “al final vas a terminar sola como todas las mujeres de tu familia”, "tus hijos te odiarán si te vas", "todo el mundo va a pensar que eres un mal padre", "seguramente hay otra", y la lista sigue, simplemente usa tu imaginación.

. Recurren, inconscientemente, a todas las artimañas para hacer sentir al otro miserable porque impactan directamente sobre ese amor que aún está entre ellos, ese amor de amistad y cariño de años compartidos.

Es como los manotazos que damos cuando nos estamos ahogando, en vez de evaluar la situación con calma nos gana la desesperación y atentamos, sin pensarlo, con nuestra estabilidad y vida misma.


En éste puto estoy segura que te has identificado con  alguna situación. Si es así, no sientas vergüenza, a todos nos pasa, pasó o pasará de una u otra manera.

Pero entonces; ¿ qué es el amor ?

Verás que no tengo una respuesta para ello, sólo puedo decirte que posee muchas formas, que transmuta con los años, pierde su pasión y fuego a veces, lo que es normal y natural, y que es libre, libertad en estado puro, ajeno a la moral de los otros.

Lo que sí puedo decirte claramente, y con certeza absoluta, es lo que NO es el amor:

El amor no es mezquino, pero tampoco mendigo; no se fuerza; no es tortura; no es aguantar todo; no es posesivo, no es limitante, no debe asfixiarte, no es vejatorio, ni condescendiente, y, sobre todo, no es incondicional, pues no debe permitir que suframos al amor.

Y aquí quiero remarcar la diferencia entre “sufrir por amor” y “sufrir al amor” Tú sufres por amor no correspondido, sufres por el amor que partió, sufres por el amor que ya no está y que esperas ver en otra vida. Tú sufres al amor cuando te obligas a permanecer en una relación que no te satisface, sufres al amor cuando soportas maltratos, sufres al amor cuando el amor te golpea, sufres al amor cuando aguantas incondicionalmente tratos indignos y agresivos, sufres al amor cuando te niegas a ver que tu amor ya no es correspondido y te intoxicas tratando de arreglarlo. Y algo fundamental que debes saber, puede ser que el amor de pareja se acabe, que decidas darle fin, aunque tu pareja sufra por amor ya que contemplar su sentir te haría a tí sufrir al amor, no por amor. Sin embargo, siempre queda algo de amor.

Es el amor de amistad que surgió en años compartidos, fraternal y sincero, que permanece y, si uno de los dos se vuelca a hacer sentir culpa al otro para que no se vaya, terminará destruyendo ese precioso amor que queda y ambos sufrirán al final por amor.

 

Las relaciones humanas son complicadas porque al final nosotros mismos las tornamos complejas.

Al final el amor más importante es el que siempre perdemos de vista, el amor por nosotros mismos, ya que nos inculcaron que amarse primero significa ser egoístas, pero nada más lejos de la verdad. Porque el amor propio es fundamental para una adecuada estabilidad emocional y el punto de partida para tener relaciones sanas con los demás. ¿ Si tú no te amas a tí mismo, cómo puedes amar a otro ?


Y, a mi entender, el principio fundamental para sortear los obstáculos de nuestros propios sentimientos y alcanzar la felicidad es aprender la simplicidad del amor, aprendiendo a soltarlo a tiempo para poder continuar con nuestro camino. Sencillo, ¿no?

¡Pues claro que no lo es!


¿He traído claridad a tu mente?, estoy segura de que no; pero exponer temas que se dan por sentado, impelerlos y evaluarlos meticulosamente trae luz a sentimientos que históricamente hemos dejado entre sombras.

Y no perdamos de vista algo, ya que la familia sí es importante, pero no toda la familia tiene la obligación de sentir la clase de amor que esperamos que sientan por nosotros. La pareja es importante, pero a veces lo que esperamos del otro no es lo mejor para ambos. Los hijos son preciados, pero nuestro amor no nos convierte en dueños de sus propios destinos.

Solo hay que buscar ese amor que sí estamos todos dispuestos a ofrecer y nutrirlo de respeto, sinceridad y entendimiento para que perdure en el tiempo.


Porque no hay mejor regalo que el que se quiere dar y aceptar de corazón, sin obligación, con total seguridad y convicción, y, sobre todo, con alegría infinita.




 
 
 

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