Microrrelato: El día menos pensado
- Emma Rodstone
- 28 ago 2024
- 4 Min. de lectura

Mientras despuntaba el alba en el camino hacia Bangladesh, mi mente giraba inmersa en una nube de dudas. Sin embargo, dos preguntas necesitaban una respuesta urgente: ¿Cómo había llegado allí? y, lo más importante, ¿Dónde diablos estaba mi automóvil?
Me encontraba en medio de la nada, con las llaves de mi Jeep en la mano, mi celular muerto y una jaqueca capaz de tumbar a una manada de elefantes. No recordaba haber conducido hasta allí, ni siquiera haberme subido o bajado de algún medio de transporte.
Ahora que lo pienso, no recuerdo ni mi nombre. Solo sé que tengo un vehículo marca Jeep porque las llaves lo indican, pero ¿de qué color o modelo es? Vaya a saber.
¿Qué me está sucediendo?
Respiro hondo y trato de tranquilizarme. Inhalo, exhalo. Inhalo, exhalo. No voy a entrar en pánico. ¡No debo entrar en pánico!
Esto debe tener una explicación lógica y racional, y como persona sensata e inteligente, lo resolveré.
Veamos...
Sé que estoy parada en medio de una carretera, pero ¿por qué?
¡No! No debo adelantarme. Debo ser racional y analizar la situación.
Inhalo, exhalo.
Otra vez... estoy parada en medio de la carretera. Mis zapatos están en mis pies. No tengo ninguna lesión visible en piernas, cadera, y mis manos están bien. Toco mi rostro y lo siento húmedo. La humedad está sobre mis mejillas y se acentúa hacia mis ojos. Estoy ¿llorando? O tal vez estuve llorando; no parece reciente. Si estuviera llorando ahora, mi cara estaría más mojada.
Ok, creo que voy bien. Voy a palpar mi cabeza, pero antes mejor me muevo del medio de la carretera; no quiero que algún distraído me atropelle.
Listo, ya estoy a la vera del camino. Ahora, ¿qué sigue? Sí, la cabeza. Voy a tantear mi cabeza para ver si está bien.
Subo mis manos en dirección a mi nuca e inclino ligeramente mi rostro hacia el suelo... ¿Qué pasó? ¿Cemento bajo mis pies otra vez? ¿Cómo llegué de nuevo a la mitad de la carretera? ¿Estoy caminando sin darme cuenta?
No, no... ahí viene el pánico. Respira.
Es muy extraño, pero nada que la lógica no pueda manejar. Seguramente, al bajar la cabeza y con la migraña que tengo, mi equilibrio se descompensó y di unos pasos inconscientes para estabilizarme, terminando accidentalmente medio de la carretera.
Sí, tiene sentido. Pero eso implicaría que tengo un golpe fuerte en la cabeza.
Es lógico; explicaría la migraña, las lágrimas y mi falta de memoria.
Tiene que ser, es lo único razonable.
Ahora bien, sufrí un fuerte golpe en mi cabeza, ¿por qué?
Vamos, puedo hacerlo. Sólo debo pensar racionalmente.
¿Me secuestraron y me tiraron de un auto en movimiento? No, estaría toda fracturada, o con moretones por doquier.
¿Me drogaron y abusaron de mí? ¿Y para deshacerse de mí, me golpearon fuerte en la cabeza y me dieron por muerta? Debería tener la ropa desgarrada, algún indicio de violencia, alguna uña rota.
Un suspiro, dos, tres. Giro mi rostro al cielo, como buscando iluminación divina. El sol se encuentra a medio camino de su zenit. ¿Cuándo pasó tanto tiempo? Si hasta hace unos instantes era de madrugada, el sol apenas despuntaba.
¿Qué me está sucediendo...?
Mi pregunta queda suspendida en el aire mientras exhalo de golpe y un vapor húmedo inunda el aire circundante. Un camión, a toda velocidad, me intercepta en mitad de la carretera, pasa sobre mí. NO, atraviesa mi cuerpo como si yo no existiera.
Giro de repente para ver al camión marcharse como si no me hubiera embestido.
Sigo erguida en medio del camino con los ojos abiertos como platos y la mirada extraviada.
Sacudo la cabeza y veo en la periferia una imagen dantesca que llama mi atención.
Una van. No, una camioneta, a la vera del camino. Está estampada contra un roble viejo. La parte delantera arrugada contra el tronco, como los pliegues de una falda entablillada. Todo hasta el asiento del conductor está reducido a un amasijo de hierros y chapa retorcida. En el lugar donde debería estar el parabrisas hay solo restos de vidrios rotos. Brillantes cuadraditos trasparentes, como diamantes que reflejan el sol en su zenit.
¿Diamantes? ¿Rubíes? ¿Cuándo llegó el sol hasta allí?
Sacudo nuevamente la cabeza y me centro en la escena. Cristales de color rojo salpicados por doquier.
Observo detenidamente la escena mientras una voz resuena en mi cabeza "¿ya estás lista?, ¿ó aún necesitas procesarlo?"
Esos dos simples cuestionamientos traen más claridad a la visión. El amasijo de cabellos dorados teñidos por un líquido carmesí se impregna en mi retina. Un brazo extendido con el celular destrozado asido con fuerza. Mi pulsera de animalitos colgando de la muñeca de aquel brazo sin vida. La misma pulsera que me entregó Sebastián el verano pasado, envuelta en un trozo de seda azul. Los abalorios que separan cada figura animal tienen grabada una letra de mi nombre.
MI pulsera.
MI celular.
MI brazo.
MI jeep.
Y... mi alma se desparrama sobre el frio asfalto.
Giro hacia la voz que retumba en mis oídos desde mi izquierda. Una figura refulgente y blanquecina se encuentra a mi lado y todo lo que atino a decir es "Sí, ya estoy lista"
Y me desvanezco de este mundo antes de que el sol comience el camino hacia su letargo.
Mientras dejo este mundo las sirenas del auxilio llegan demasiado tarde a la escena de mi accidente. Fin ¡Espero les guste! Comenten: ¿les gustan los relatos paranormales? ¿o preferirían un relato de romance? Hasta la próxima. Xoxo, Emma.
Comments